Pequeña:

(las erinias se arrojan, todas, sobre ella)

Me gustaría que me escuches, el día que tenga algo que decirte, el día que pueda pedirte perdón, para que por fin, a la soledad del desprecio y del horror, me arrojes, a mi, a la más cobarde de las asesinas.

La más cobarde de las asesinas es la que tiene remordimientos.